El recuerdo que deja una visita a Jordania permanece siempre, no sólo por lo que se siente al contemplar su paisaje sino por lo que te transmiten sus habitantes.
Uno de los maravillosos parajes de visita placentera obligada es la famosa Petra, la antigua capital del reino nabateo fundada hacia el siglo IV a.C., estratégica parada en las caravanas de mercaderes que llevaban incienso, especias y otros productos de lujo a Egipto, Siria y otros puntos del Mediterráneo. El cambio de las rutas comerciales hacia el siglo VIII, y los terremotos sufridos condujeron al abandono de la ciudad por sus habitantes, despareció en el olvido en la era moderna y fue redescubierta para el mundo occidental por el explorador suizo Johann Burckhardt en 1812.
Antes de conocer Petra, podemos tener un anticipo: la visita a “Pequeña Petra”, en Al-Beidha, que ofrece el mismo fascinante paisaje de tumbas y fachadas labradas en tierra roja, pero en dimensiones reducidas. Está enclavada en un desfiladero y puedes disfrutarla casi en soledad, ya que apenas hay visitantes.
Por la noche podemos acudir a un espectáculo en Petra, el camino del desfiladero está iluminado tenuemente de modo muy original con velas metidas en papel y cuando se llega al final nos encontramos en una explanada iluminada de igual modo donde alguien nos deleita con su música, aquí se vislumbra la fachada de “El Tesoro”.
Ya de día, comenzamos la verdadera visita a la mítica Petra; montañas desérticas en la entrada nos recuerdan un paisaje bíblico, caminamos durante poco más de un kilómetro por un estrecho desfiladero, el Siq, distinguimos a los lados los canales que llevaban agua a esta rica ciudad oculta. Al final de este angosto camino entre montañas aparece ante nosotros el templo de El Tesoro, una monumental fachada esculpida de 20 m. de altura, que quizás hayamos visto en una película de Indiana Jones. En su fachada, vemos las señales de disparos de quienes creyeron que verdaderamente se escondía allí un tesoro, y sí que hay uno, pero es lo que está a la vista.
Su emplazamiento nos hace sentir aislados del mundo exterior, es un valle que se ensancha entre altas montañas y precipicios.
La mayoría de las excavaciones y fachadas que vemos corresponden a tumbas, las viviendas fueron destruidas en terremotos. Hasta los años 80 vivían allí beduinos que ahora son guías turísticos o comerciantes.
Todo Petra está lleno de camellos y burritos. Caminando, nos encontramos con un teatro que fue originalmente construido por los nabateos en el siglo I, con una capacidad para más de 3.000 espectadores, ampliado luego por los romanos a aproximadamente 8.000 espectadores.
Por el camino hacia el templo de El Monasterio, para el que tenemos que subir unos 800 escalones (mejor subirlos a pie que en un burrito), nos vamos encontrando beduinos que te venden collares, piedras, y si es un viernes festivo, como nos ocurrió a nosotros, encontrarás muchos niños preciosos. No te piden nada, no te acosan; en este sentido, la personalidad de las gentes se asemeja a la nuestra. Arriba, podemos contemplar, en un lugar solitario, el esplendido templo de El Monasterio, otra monumental fachada esculpida equiparable a El Tesoro, al lado podemos tomar un té, que aún con más de 40 grados se toma muy caliente, pero no hay que tener miedo al calor ya que al contemplar tanta maravilla se te olvida. En el mismo recinto, abajo, hay un restaurante bufé. En la sobremesa los turistas son más escasos, todo está más tranquilo, entre restos de calzadas y mosaicos romanos se pueden ver de cerca las imponentes tumbas reales, esculpidas en la pared de una montaña. A esta hora de la tarde los colores son diferentes, las montañas que con el sol de la mañana se veían casi blancas, ahora son doradas, las anaranjadas, rosas, El Tesoro ha pasado a tener un especial tono rosa. Y lo extraordinario de Petra es lo que su nombre indica: la piedra, piedra con franjas de colores, arenisca que si la tocas comienza a desmoronarse; sin embargo es fuerte, las construcciones perduran. Y comprendemos por qué antes de llamarse Petra (“piedra”) se denominaba Raqmu (“de muchos colores”).
Al final del día, junto a las ruinas de Petra, podemos disfrutar de un aromático café en el precioso Cave Bar, al mismo tiempo que escuchamos la suave melodía de un señor que toca un instrumento típico.
Al lado de Petra está la población de Wadi Musa, cuando te alejas de ella en coche ves las casas dispersas como un Belén. Hay hoteles magníficos, desde cuya terraza puedes contemplar la noche, las montañas, las estrellas y el silencio.
A 2km de Petra se encuentra el desierto de Wadi rum, montañas rojas que parecen velas derretidas. Lo ideal es llegar sobre las 5 de la tarde cuando las montañas ya dan sombra, y recorrer el desierto en un todoterreno, visitar alguno de los manantiales, la fuente de Lawrence de Arabia y dormir allí en una jaima, sin miedo. Nosotros nos encontramos con dos cómodas camas en la tienda. Y por supuesto dispondrás de unos aseos integrados en la montaña, donde podrás gozar de una ducha teniendo como techo las estrellas, todo un lujo. Despertar en el desierto, hablar con beduinos que pasan en camello al amanecer, desayunar allí y luego dar un paseo en camello, conversar con los beduinos que los llevan, escuchar sus cantos y apreciar los colores de la arena, del amarillo al rojo intenso.
La gente siempre quiere hablar contigo, interesarse por su país, por lo que si se habla inglés se tiene la oportunidad de conocerlos mejor. No sólo no les molesta que les tomes fotos sino que te piden salir en ellas. Llama la atención su educación, respetuosos te ceden el paso siempre, esperan y no se les ocurre ni rozarte, tampoco te acosan ni insisten para que compres; eso sí, te puedes llevar una sorpresa ya que te ofrecen un té a cambio de nada o incluso te pueden ofrecer comida, como nos pasó en una playa desértica cercana a Aqaba, donde nos habíamos colocado bajo unos toldos improvisados de beduinos; una persona a la que había preguntado si había un supermercado cerca para comprar (y no había nada) al rato mandó a un joven, que veíamos venir con una bandeja como en un espejismo; nos trajo, haciendo varios viajes: pollo asado con patatas fritas caseras, pan, una botella grande de coca cola y otra de agua, vasos, … minutos más tarde el mismo señor al que preguntamos trajo un melón «Beduin people eat here, it’s good” nos dijo , y luego un té servido en una preciosa tetera. “Chucran, chucran”, eran las palabras que repetíamos para agradecer algo sin precio.
Tras este festín, pensé que me apetecía volver en barco al centro de la ciudad, algunos pasaban con turistas; el aire era caliente, decidimos darnos un baño antes de coger el taxi de vuelta y…. un barco se nos acercaba, creíamos que quería atracar, pero no, alguien nos gritó “to Aqaba” ¿cuánto es? Le respondí y nos dijo “No problem,”, así que por un módico precio volvimos en barco ¿no es esto magia? Parecía que habíamos frotado la lámpara de Aladino, y a pesar de las altas temperaturas, allí pasamos frío con el agua salpicándonos, envueltos en toallas.
¿Por qué no salirnos un poco de los caminos trazados e intentar hacer algo por nuestra cuenta? Así lo hicimos nosotros, en una agencia de viajes acordamos ir a la Isla del Faraón, en Egipto, cruzando ese Mar Rojo que es tan azul y transparente. En el barco, mezclados con familias de allí compartimos en un corto trayecto la comida en una barbacoa, pinchitos de pollo y cordero, un gran surtido de ensaladas, humus…, y cómo no, nos bañamos rodeados de peces de colores, en esa enorme piscina con vida. (Quizás te sorprenda, como me pasó a mí -que no soy una experta nadadora- que el capitán del barco te ofrezca el chaleco salvavidas).
El mar Rojo es una enorme piscina con vida, transparente, de un azul intenso. Sumergiéndonos en él podemos apreciar extraños peces de colores, corales en el fondo.
Y ya que estamos en este país, vamos a flotar en el caliente y espeso Mar Muerto (416m bajo el nivel del mar), después de embadurnarnos de barro y enjuagarnos en el mismo mar, a bañarnos en unas instalaciones del balneario con piscinas de todo tipo. Antes de llegar podemos parar en el Monte Nebo desde donde Moisés divisó la Tierra Prometida, cuando nos vamos acercando vemos los grandes trozos de sal en las orillas y lo que dicen es la figura de la mujer de Lot convertida en sal. También podemos hacer una parada en Mádaba, la ciudad de los mosaicos y en las ruinas de algún castillo.
Como contraste está el Mar Muerto, caliente y espeso, donde flotas y te puedes embadurnar con el famoso barro.
En una vuelta por la ciudad de Aqaba, la más turística, puedes ver cómo hacen el pan, en sus hornos, y te lo ofrecen caliente y te sabe riquísimo, sobre todo por el detalle, al que nosotros correspondimos regalándoles el abanico que llevábamos, que por cierto les entusiasmó.
En cuanto a la seguridad, perfectamente puedes pasear a cualquier hora, en la calle se siente paz; y según nos dijeron hay mucha policía secreta que cuida del turista.
Aunque en general son bastante honrados, conviene preguntar antes el precio en los taxis y en los restaurantes mirar la carta, a los turistas nos puede salir más barato comer en un restaurante de lujo con carta que en uno con pinta de ser barato que no la tenga; y eso sí, comerás siempre con la imagen omnipresente del rey Abdalá o de su padre Hussein.
En la playa te puede chocar ver cómo las mujeres se bañan vestidas- las mismas que ves fumando narguile en alguna terraza-, pero los turistas se pueden bañar como quieran, son muy tolerantes y respetuosos, aunque se está más tranquila en bañador en una playa algo alejada del núcleo urbano.
¿Y que tal comprar unos deliciosos pasteles jordanos? se venden al peso y a muy buen precio. Toma un café, te llamará la atención el suave aroma a especias, y luego su sabor: es café con cardamomo.
Fíjate en los ojos de los jordanos: grandes, expresivos, de colores vivos, con pestañas espesas… en los vendedores del mercado, en el de la agencia de viajes… los puedes admirar.
Algún día puedes ir a cenar a algún restaurante en el que veas a gente de allí. Te parecerá increíblemente barato y bueno, falafel auténtico; si hay algún viejo beduino cerca quizás te haga el comentario de que la costumbre no es cobrar a los extranjeros. “You’re friends, come back tomorrow”, nos dijeron, pero volvíamos a España esa misma noche.
Que se diga que la gente de un país es encantadora aquí deja de ser un tópico, en cuanto se aterriza se constata.
Lo escribo ahora y percibo el ambiente de la noche. Qué maravilla la gente de Jordania, MARAVILLA, MARAVILLA, MARAVILLA.
Antes de llegar estaba llena de prejuicios y me vine con un torbellino de sensaciones y colores dentro, rojo, azul, dorado…, que me duró y me dura cuando evoco aquel país. No sólo Petra es una maravilla para ver sino ya el contacto con la gente es excepcional y una atracción más. No sólo Petra es una de las maravillas del mundo sino Jordania entera, su gente, su magia.
Podría contar más anécdotas, como la niña que corría bajando los escalones para alcanzarme con un collar en la mano, radiante porque había conseguido que la señora que vendía collares me bajara el precio un dinar, o aquella noche que cogimos un taxi almodovariano, con un conductor de bucles canosos, muy marchoso, en el taxi: camellitos colgando, banderines, pañuelos de papel en la parte trasera de los asientos y en el techo, luces azules y música discotequera a tope. O el frutero que nos ofreció café recién hecho para nosotros, o el que vendía pájaros y nos invitó a té, o simplemente las buenas sensaciones de cada momento.